16 mar 2011

Capitulo 1

  Había sido una bonita ceremonia, incluso había asistido el mismo Füher. Aunque la ocasión lo merecía, no todos los días nombraban general a un joven de 25 años y hombre de gran confianza de Adolf Hitler.

  En estos momentos, se encontraba en una de esas aburridas cenas de sociedad que tan poco le gustaban. Aunque en esta ocasión, su madre había mandado sacar su mejor vajilla, junto con los mejores cubiertos y las mas finas y elegantes copas. Cabe añadir, que sus padres habían invitado a cenar a sus mas íntimos amigos, o a personas a las que conviene agradar. La cena había acabado, y mientras algunos invitados ya se iban, acompañados elegantemente hasta la puerta por sus padres, otros, se dirigían hasta una sala más pequeña que la anterior pero igual de confortable, donde tomarían alguna bebida.

  Egon Mosel fue el primero en llegar. Se dirigió al mueble bar y se sirvió, casi llegando a la mitad de un vaso escogido al azar, un licor ámbar. Al levantar la vista, se topó con un espejo que imitaba sutilmente el estilo gótico. Su rubia cabellera estaba como al principio del día, ningún pelo había cambiado su posición, mas, sus ojos grises reflejaban el cansancio de la larga jornada, sonrió al ver en su pulcro uniforme la nueva congregación que le atribuía el cargo de general. General Egon Mosel, le gustaba como sonaba. El ruido de la gran puerta de roble que presidía la sala lo ensordeció, solo una persona era tan ruidosa.

  Richelle Mosel hizo su entrada, parecía que un público imaginario la adoraba. Su rojo pelo lo llevaba recogido elegantemente, dejando ver su largo y blanco cuello. Su vestido negro con detalles en plateado ha hecho que hoy varias personas le prestaran a ella más atención que a él, pero no le importaba, adoraba a su hermana mayor. Tras ella entraron una familia a la que Egon no conocía, pero debían de ser importantes ya que eran los únicos que se habían quedado. Eran 4, y bastante bajitos en proporción a él y su familia. Tampoco eran atractivos ni hermosos, pero por sus ropas se podía decir que eran adinerados. Los hijos eran una chica y un chico, ambos mellizos teniendo en cuenta el espantoso parecido entre ellos. Los padres, físicamente muy semejantes a sus hijos, conversaban animadamente con los padres de Egon y Richelle. El grupo de personas llegaron hasta los esbeltos hermanos.
  -Egon, Richelle, es un placer para mi presentaros al señor y la señora De Martino, y a sus hijos, Isabella y Eduardo.-los dos hermanos saludaron educadamente a aquellas personas tan particulares.
Ambas familias se sentaron en los diferentes sillones y sofás que se encontraban rodeando la candente chimenea, recientemente encendida.
  La familia italiana no paraba de hablar. Richelle se burlaba de una elegante manera de ellos, especialmente del joven Eduardo, que más o menos tenía la edad de Egon. La madre de los hermanos Mosel se levantó junto a la señora De Martino para enseñarle las instalaciones de la antigua casa más a fondo. Mientras, el señor De Martino, empezó a entablar conversación con los jóvenes.
  -Bueno Egon, ¿cómo te sientes después del gran cargo que ahora, te corresponde?.
  -Orgulloso, principalmente-le contestó con la esa sequedad tan característica de él-.A sido todo un honor que el gran Adolf Hitler viniera a la ceremonia.
  -Si, por supuesto-habló el padre del joven- me siento muy orgulloso de mi hijo, De Martino.
  -Como para no estarlo señor Mosel...-intervino la hija de los italianos, Isabella, que a continuación miró de una forma más bien lasciva a Egon, lo cual le provocó al recién nombrado general ciertas arcadas. La joven era mas bien fea, todo había que decirlo. Tenía la cara demasiado grande para aquellos ojos tan pequeños y para esos labios tan diminutos y finos pero de los que asomaban unos grandes dientes, mientras que la nariz era demasiado grande.-
  -Ejem...Richelle, ¿por qué no te unes a la conversación?-preguntó Egon a su hermana, esperando de que ella fuera el centro de atención. Y no es que a él no le gustara serlo, todo lo contrario, sólo que serlo de esa, ¿chica?, no le terminaba de agradar-.
  -Bueno, estaba comentando con... ¿Cómo era tu nombre?
  -Eh... Eduardo -le respondió el joven italiano con algún que otro balbuceo-.
-Si, si, Eduardo. El caso, me estaba comentando lo mucho que...
-Amore, mire la hora que es ya -era la señora Martino, que se encontraba en el umbral de la puerta junto con la señora Mosel- debemos irnos, recuerda que mañana es día laborable y debe trabajar.
  -Muy cierto querida -le respondió su marido levantándose de su asiento- Un placer. Una velada exquisita señora Mosel, su gusto es digno de admiración.
  -Hasta más ver Egon -le dijo Isabella a Egon sonriendole de forma, al menos en el pensamiento de la joven, encantadora- Adiós Richelle. Vamos Eduardo. Un honor señor y señora Mosel.

  Una vez salieron la familia italiana y sus padres de la sala, Richelle empezó a reír. No podía parar. A Egon le contagió al risa. Hasta que la pelirroja habló:
 -Pobre chico, jajajajaja. No paraba de balbucear, jajajajaja. Y bueno, ¡qué horror de chica! ¿la has visto? A quedado enamoradita de ti, Egon.
  -Jajajaja. ¿Lo dudabas?.
  -Serás imbécil, Egon.

  La puerta se abrió de par en par de forma algo ruidosa. Por ella entró Andreu. Él era uno de los criados de la casa. Egon lo odiaba, y no era para menos. Era un negro venido de Francia. Andreu se encargaba principalmente de los cuidados del jardín junto con la señora Mosel y ayudaba en la cocina a un viejo judío que antes era cocinero, a veces se encargaba de ayudar a la ama de llaves y a las limpiadoras a limpiar la casa. Egon no entendía por qué su madre y, sobre todo, su hermana Richelle querían que él siguiera trabajando en su casa, pero fueran cuales fuesen sus razones, su padre y él no las hacían cambiar de opinión.
  -Lo siento, no sabía que se encontraban aquí. Vendré en otro momento. -Dijo en tono de disculpa Andreu con al cabeza agachada y con un tremendo acento francés-. Que pasen buena noche.
  -No, Andreu. -le dijo Richelle ocasionando que el jardinero levantara la cabeza, dejando ver sus ojos miel. Richelle sonrió de una forma que Egon no había visto demasiado, cosa que le confundió- Nosotros nos vamos ya a dormir, ¿no es cierto, Egon? -y sin esperar respuesta de su hermano, continuó-, no te molestamos en tus labores, pasa.
Andreu pasó a la sala acompañado de la ama de llaves, que llevaba un cubo lleno de agua y un paño roído.

  Los hermanos Mosel salieron de la sala. Egon dejó que Richelle pasará delante suya, como buen caballero que era. La pelirroja pasó rozando su mano sutilmente con Andreu, Egon pareció no darse cuenta de ese pequeño detalle, mientras que el pasó con la cabeza bien alta, con un porte elegante y felino, pasando a un metro de los sirvientes y siguiendo a su hermana por las amplias escaleras.
  -Mañana, -empezó a decir Richelle- madre y yo iremos a un nuevo campo de concentración, al parecer han traído nuevas personas y..
  -Ignoro que sean personas -la interrumpió Egon arrastrando sus palabras-.
  -El caso, la mayoría son jóvenes, y nos vendrían muy bien criados nuevos, ya que solo tenemos un ama de llaves, una criada, un cocinero y a Andr...al jardinero -a Egon no se le pasó por alto el echo de que su hermana llamaba al jardinero por su nombre, pero la dejó continuar-. Necesitamos más personal, ya que la casa es muy grande y necesita más cuidados de los que se le proporciona. ¿Nos acompañas?
  -Mañana tengo que ir a trabajar a ese mismo campo de concentración, si es el que creo que es. En todo caso nos veremos allí. Buenas noches, Richelle -dijo adentrándose en su habitación, y sin esperar respuesta de su hermana-.
  -Buenas noches, Egon -le contestó Richelle, aún sabiendo que él no la había escuchado-.

  Abrió la puerta de su habitación, y a continuación la volvió a cerrar, quitándose los tacones, bajó la escalera hasta la sala donde había estado antes.
  En el interior se encontraba él, como siempre, esperándola, sentado en aquel sillón del mismo color que su piel. Mirándola de aquella forma, esa forma que únicamente él sabe y que a ella le encanta.       Se acercó a él, como siempre hace, y le acarició la cara. Él la besó suavemente, como si tuviera miedo de que ella se rompiera, como siempre hace.
  -Te amo, Andreu.
  -Yo también te amo, Richelle.


Inma N. V. © 2011

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