16 may 2011

Capítulo 5.

Elizabeth Mosel había pasado una de las peores noches de su matrimonio. No recordaba la última vez que había discutido tanto con su marido. Y todo por escoger a cuatro gitanas como las nuevas criadas. Ella entendía la ideología de su esposo, incluso ella la compartía en casi toda su totalidad, pero el hecho de que él deseara la muerte de tantas personas inocentes la entristecía y, aunque nunca lo demostraría, decepcionado. Pero ella sabía que su marido tenía debilidad por ella, y eso lo aprovechaba. Pero la noche pasada, no salió como ella quería.
-Liz, por última vez-le dijo el atractivo hombre vestido de uniforme que se encontraba frente a ella-. Nos vamos a librar de dos de las gitanas que has traído, no necesitamos criados, y mucho menos siendo esa basura que has escogido. Es mi última palabra.
-Kellen, por favor.-suplicaba mirándolo a sus ojos azules-.
-No, Liz, coge a dos.
-Pero cariño, yo...
¿Es que no me has escuchado?-dijo el señor Mosel alzando notoriamente su voz-. Coge a dos, únicamente, o a ninguna. Demasiado te dejé pasar cuando te quisiste quedar con ese negro. Vamos a dormir.
El matrimonio se metió en la enorme cama que se encontraba frente a ellos. Ambos se metieron en ella por cada lado diferente, cansados por la discusión y agotados por la monotonía por la que últimamente se guiaba su matrimonio.
-Cuando llegue de trabajar-empezó a decir el señor Mosel, mientras apagaba la luz de la cómoda-, quiero a dos de las 4 gitanas fuera de mi casa. Buenas noches.
La señora Mosel no le contestó, simplemente se terminó de tumbar, y pronto Morfeo la cautivó con su pacífica compañía.

El fuerte ruido de lo que parecía ser una cacerola cayéndose la volvió a la realidad. Miró a las cuatro mujeres que se encontraban frente a ella, el tiempo apremiaba, su marido ya mismo estaría ahí, y ella aún no había elegido a quién iba a mandar de nuevo al campo de concentración. Las gitanas la miraban expectantes, un sutil brillo en sus ojos delataba el miedo ante lo que la señora Mosel tenía que decirles. Ágata parecía ser la más serena, aunque podría ser porque aún no era del todo consciente de la gran tensión y nerviosismo que reinaba en el ambiente. La señora Mosel dio un fuerte y profundo suspiro, ya había decidido.
-¡Salid todos de la cocina!-dijo en un tono algo más fuerte y brusco que el que tenía planeado utilizar. ¿Qué le pasaba?. ¿Por qué le estaba costando tanto esta situación?. De una forma o de otra, no tenía otra opción, Kellen se lo había, prácticamente, ordenado. En pocas ocasiones había visto a su marido de semejante humor, y sabía que no podía tentar mucho a su suerte. La decisión ya estaba tomada. Elisabeth Mosel esperó a que todos los criados salieran ordenadamente de la cocina hasta llegar al patio trasero, hasta que la ultima cocinera no cerró las puerta tras de sí, no habló.- Bien, debo informaros que vuestra presencia en esta casa no ha sido muy bien recibida.- La pelirroja mujer examinó las caras de las mujeres antes de continuar-. Por lo tanto, dos de vosotras volvéis al campo de concentración.
La gitana más mayor empezó a llorar casi de forma descontrolada, la señora Mosel no recordaba como se llamaba, aunque, ¿qué le importaba?. La que parecía ser su hija mayor la abrazó y la volvió a poner erguida, mirando a la imponente y elegante mujer que se encontraba frente a ellas.
Elisabeth se sorprendió de la sangre fría que mostró una de las gitanas, Amara creía que se llamaba, si, así se llamaba. La miró lentamente, analizando su rostro. Impasible. Le recordó levemente a su hijo Egon, sólo levemente. Bajó un poco la mirada, y vio a Amara sujetando con fuerza la pequeña mano de la niña gitana, la cual lloraba tímidamente, agachando la cabeza.
-La decisión ha sido meditada, y está decidida-dijo con parsimonia la señora Mosel, mirándolas a los ojos. Lo soltaría rápido, no merecía la pena andarse con rodeos-, tú, y tu hija mayor volveréis al campo de concentración.-dijo en tono firme, señalando con la mirada a Erika y María. Ambas empezaron a llorar, abrazadas.- Tú, niña, diles a los demás que entren, deben terminar la cena.-La pequeña la miró con lágrimas en los ojos, Amara la empujó sutilmente, cortando su atención. Ágata entendió y se dirigió aún con los ojos llorosos a abrir la puerta que daba al patio trasero. Los empleados uno por uno, fueron entrando, y sin prestar casi atención a las dos mujeres llorando, continuaron inmediatamente con sus tareas.
-Vosotras, venid conmigo. No hay tiempo que perder-dijo tajante Elisabeth-. Andreu, vamos, tienes que llevarnos a un sitio.
Andreu sabía que sitio era, pero no hizo ningún comentario, simplemente siguió de cerca a la señora Mosel, echándole una última mirada a la pequeña Ágata, que lloraba abrazada a la pequeña cintura de Amara.

Andreu condujo más lento de lo habitual aquella tarde. No pensaba en nada en concreto, simplemente se dedicaba a mirar al frente, a la carretera, al paisaje campestre que se mostraba sutilmente hermoso ante él. La luz del atardecer lo molestaba en algunos tramos, pero no le impedía conducir, es más, le gustaba la sensación. Pronto llegaron al campo de concentración, los llantos de las mujeres lo ensordecían, aunque juraría que eran más flojos y sutiles de los que el los percibía. Aparcó justo en frente de la oficina del señor Mosel. La señora Mosel, salió automáticamente del vehículo. Andreu permaneció dentro, mirando a ninguna parte. Esperando salir de ese lugar.

Elisabeth Mosel salió con rabia del coche. El viaje había sido horrible. Tan largo y tan agotador. Miró a su marido, que la esperaba con las manos en los bolsillos justo en la puerta de su despacho en el campo de concentración. Ni si quiera subió. Se quedó abajo, mirándolo.
-Aquí tienes a tus dos gitanas, Kellen.-Dijo simplemente la delgada mujer, quien esperaba un respuesta de su marido. Éste, sólo la miró, y asintió. Posteriormente, miró dentro del coche, hizo un sutil movimiento de cabeza a uno de los soldados que se encontraban en una esquina del lugar y volvió a mirar a la mujer que se encontraba frente a él.-
-Estaré pronto en casa.-dijo de forma seca, arrastrando las palabras, y se adentró de nuevo a la oficina.-
La mujer, siguió mirando la puerta unos minutos después de que su marido hubiera desaparecido por ella. Tenía ganas de llorar, pero no se iba a permitir semejante lujo, y menos en ese lugar. Se dio la vuelta, y vio a Andreu fuera del auto, la miraba con cierta comprensión, casi con ternura, casi con cariño. Elisabeth ignoró de forma aparente esa mirada, y se metió en la parte trasera del auto. Andreu no esperó indicación. Era hora de volver a casa.

Faltaba una hora para que los invitados llegaran. A duras penas, Richelle salió del agua, ya templada, de la enorme bañera de su baño. Se cubrió con una suave toalla rosa, mientras que se recogía su larguísimo pelo hábilmente. Salió del baño, con cuidado de no resbalarse con todo el agua que había esparcida por el suelo de mármol. Un frío viento le recorrió su cuerpo, rápida y veloz cerró la ventana de su habitación. Se puso su blanca y pulcra ropa interior, para después dirigirse a su imponente armario de madera clara. Su madre le había comprado un vestido precioso, para esa noche, expresamente para esa noche. Lo sacó de su armario y lo admiró. Definitivamente era muy bonito. Era blanco, con sutiles bordados y decorados en amarillo pastel, era largo, y completamente recto, sin ninguna forma, y de cuello de barco, lo que hacía que sus dos hombros estuvieran al descubierto. Richelle puso con cuidado el vestido encima de la silla de su tocador, y se empezó a secar el pelo con la toalla, con cierta pereza. Mientras lo hacía, no paraba de pensar en el cierto misterio que rodeaba a la cena de esta noche, y sobre todo, a las personas que asistirían a ella. Le resultaba confuso que su madre no le haya dicho nada de aquellas personas, y que no hubieran asistido a la cena del otro día, como hicieron todas las personas mas cercanas a sus padres. Una vez secado su pelo, se sentó frente a su tocador, para empezar a peinarse. Se iba a hacer un recogido alto, eso siempre quedaba bien, y pegaba más con su vestido.

Egon salió de su baño mientras se secaba con una toalla pequeña su pelo rubio. En su cama, se encontraba un traje de general perfectamente planchado y almidonado, casi parecía nuevo, y quizás lo era, no sabía con exactitud cuantos trajes tenía. Egon se empezó a vestir rápido, como siempre. Después se miró al enorme espejo que tenía en su habitación, mientras se peinaba el pelo hacia atrás y se colgaba las medallas y condecoraciones que poseía con altanería. Se echó un poco de su colonia favorita y luego salió de su habitación.

Unos sutiles golpes en la puerta de su habitación hicieron que Richelle volviera al mundo real.
-Adelante.-dijo sutilmente, mientras con otro ganchillo se sujetaba otro rizo rebelde. Una de las nuevas gitanas que servían ahora en el servicio entró asomando su cabeza llena de rizos negros.-
-Me manda su madre, -empezó a decir con una voz de duendecilla, aunque parecía que se esforzaba para que no sonara como tal- para recordarle que faltan quince minutos para que vengan los invitados, dice que se de prisa.
-Oh, Dios...-dijo Richelle, viendo que el tiempo se le echaba encima, como siempre. Miró a la chica que se encontraba aún en la puerta de su habitación.- Cierra la puerta, por favor, no queremos que ahora toda la casa me vea semidesnuda, ¿verdad que no?-dijo la pelirroja mientras reía divertida. Esperó a que la gitana cerrara la puerta para volver a hablar.- ¿Cómo te llamas?
-Amara.-dijo la chica con algo de desconfianza, como un gato al que lo apuntan con un palo-.
-¿Sabes hacer recogidos, Amara?-le pregunto una sonriente y dulce Richelle, que la miraba esperando con urgencia una respuesta negativa-.
-Si, algo sé hacer.-dijo Amara, más confiada, acercándose hasta donde estaba su nueva ama pelirroja-. ¿Qué tipo de recogido quiere?.
-Por favor, tuteame-dijo Richelle sonriéndole, mirándola por el espejo que tenían ambas chicas en frente-, y llámame Richelle, pero solo mientras estemos en la intimidad, mis padres y mi hermano me matarían.-Amara rió sutilmente, sin mostrar los dientes. Richelle, no paraba de hablar, le causaba cierta gracia-. ¿Qué recogidos sabes hacer?. Sorpréndeme.
Amara rió, y a continuación empezó a soltar los rizos anteriormente cogidos por Richelle, dejando su pelo completamente suelto, para luego, volver a ir cogiéndole rizo por rizo, mechón por mechón, para hacerle un nuevo recogido.
Richelle la miraba curiosa. Le sorprendía la facilidad y la rapidez con la que la joven gitana manejaba su pelo. Le caía bien, y parecía ser de su edad. Aunque quizás era de la edad de su hermano Egon, o más joven, aunque no demasiado. Se dedicó a observarla, casi hipnotizada por la peculiar belleza de la chica. Amara era pequeña, mucho, en comparación con ella, y delgada, aunque no hasta el extremo. Su pelo, negro, rizado y voluptuoso le hacía la cabeza enorme en proporción a todo su cuerpo. Su cejo estaba fruncido, y sus finas cejas casi se tocaban. Sus ojos, eran enormes, y de un precioso color chocolate negro. Se mordía casi de forma imperceptible el labio inferior, dándole un aspecto adorable.
-Bien, ya está-dijo Amara, con una sonrisa, mirando a Richelle esperando una reacción-. ¿Qué te parece?
Richelle salió de sus pensamientos por un momento y se dedicó a analizarse. Amara había echo un fantástico y maravilloso trabajo con su pelo. Le encantaba. Sonrió de oreja a oreja, y se dio la vuelta hacia la chica.
-Dios Amara, me encanta, de verdad. Tienes un don.-dijo de forma exagerada, levantándose y poniéndose el vestido que se encontraba encima de la silla.- ¿Me ayudas con la cremallera?
-Claro.-dijo Amara, impresionada por aquel vestido. Era hermoso.-Es precioso.
-¿Te gusta?-dijo Richelle dándose la vuelta para mirarla-. Cuando termine todo esto te lo regalaré.
-No creo que salga viva de todo esto.-dijo seria Amara. La expresión de su rostro cambió radicalmente, y Richele no pudo más que sentir lástima por ella.- Bueno, no tarde mucho en bajar, los invitados llegarán en breve.
Amara salió veloz de la habitación, dejando a una Richelle, parada, en medio de todo aquel caos.

Cuando Richelle bajó hasta el hall de su casa, sus padres y su hermano Egon ya se encontraban hablando con otras tres personas, desconocidas para ella. Eran dos hombres y una mujer. Ambos hombres llevaban uniformes de la SS, y eran de altos mandos, como pudo adivinar la chica después de ver sus insignias, aunque no sabía con precisión a que cargo pertenecían. La mujer, era de estatura media, y algo rechoncha. Llevaba un traje de falda y chaqueta de color crema, parecía caro, pero carecía de elegancia. Las seis personas giraron sus cabezas para terminar de verla bajar. Era obvio que la esperaban a ella, pero eso no la avergonzaba. Su padre fue el primero en hablar.
-Bien, ya que estamos todos, ¿por qué no vamos a la biblioteca?. Allí podremos hablar más tranquilos hasta que la cena esté completamente preparada.
La familia Mosel, seguida por las tres invitados. Sus padres hablaban con, el que parecía ser el matrimonio, mientras su hermano Egon hablaba animadamente con el otro hombre, quien parecía ser algo mayor que ella. Un presentimiento le dijo que no le iba a gustar esa noche.

30 mar 2011

Capítulo 4

Las horas habían pasado volando. Cuando se quiero dar cuenta, ya quedaban escasos segundos para que dieran las tres en punto. Una parte de ella le decía que debía quedarse en esa habitación, que luchara contra lo que se le imponía, pero una pequeña vocecita que venía de su interior le gritaba que debía salir de ahí e ir a las cocinas.
Amara se levantó perezosa y salió de su habitación.

Egon conducía su flamante coche negro rumbo hacia su casa. Iba todo lo rápido que el automóvil le permitía. Le encantaba. Todo ese stress que de repente se le había acumulado se esfumaba como el humo del cigarrillo que se estaba fumando. A los pocos minutos llegó a su casa. Aparcó rápidamente su coche y bajó elegantemente de él y entró por la enorme puerta de madera que le daba la bienvenida de forma silenciosa.

El sonido de un reloj dando las tres en punto hizo que acelerara de forma notoria su ligero paso. Salió del ala de los empleados llegando a continuación al enorme atrio de la casa. El negro suelo resbalaba, ocasionando que frenara en seco. El sonido de la puerta principal sonó de forma estridente al cerrarse, anunciando la llegada del general Egon Mosel. Amara lo miró de forma repulsiva, mas, el militar no parecía haberse dado cuenta de la presencia de la morena.

Egon dejó que la imponente puerta de roble se cerrara tras él. Atravesó un pequeño recibidor y se adentró en el enorme atrio de la casa. Andaba con aires de grandeza, de forma exquisita, mientras miraba a su, ya bastante conocido, alrededor. Volvió su vista al frente, y se encontró con la castaña mirada de la gitana de esta mañana. Se acercó a ella sin dejar de mirarla un solo instante. Conforme acortaba la distancia entre ellos, pudo apreciar como los suaves rasgos de la chica se endurecían, mientras se incorporaba ligeramente, tratando de no volver a resbalarse de nuevo.
-Vaya, vaya-dijo Egon parándose a poco más de un metro de ella-, mira a quién tenemos aquí. Una pena que no estés mucho tiempo-inquirió sátiramente mientras se acercaba un par de pasos más a la chica-. Me encargaré de extinguirte, a ti y a toda tu asquerosa raza, gitana.
-Já-rió Amara mientras levantaba una ceja. Egon estaba empezando a odiar ese gesto-. Si el soldadito me disculpa, debo de estar en las cocinas. Lástima que no pueda decir que ha sido un placer volver a verte.-Y dicho esto, dio la espalda a Egon y se dirigió a su destino.-
Pero Egon se acercó rápidamente a Amara. La agarró fuertemente de su delgado brazo y a casi una velocidad sobrehumana la atrajo hacia él.
Sus caras se encontraban a escasos centímetros. Ambos respiraban el aliento del otro. La colonia de Egon nubló por un momento los sentidos de Amara. Ninguno de los dos movía un solo músculo.

Egon podía ver el miedo en el rostro de aquella chica. Sus enormes ojos estaban muy abiertos. Aún así, lo no lo dejaba de mirar a los ojos, como si esperara una reacción por su parte.

Los rasgos de su nuevo amo eran duros y serios. Tenía muy fruncido el ceño, tanto, que parecía como si solo tuviera una sola ceja.
La miraba con rabia, con odio. Tenía miedo. Deseaba que alguien la sacara de aquel lugar, que la liberara del fuerte agarre, que cada vez parecía doler mas, de aquel tipo.

-Ejem.-Un fuerte carraspeo hizo que Amara volteara su cabeza. Egon por su parte, la miró un poco más e hizo lo mismo que la morena. Andreu los miraba impasible-.Señor, la chica debe acudir a las cocinas. Son órdenes de su madre.
Egon soltó de forma brusca a Amara, como si el más mínimo tacto con la piel de la morena le quemara.
-Lárgate de mi vista, das asco-le dijo mientras veía como se acercaba frágilmente a Andreu-. Pero no te creas que esto a terminado aquí gitana.

Egon se dio la vuelta y subió las escaleras con una notoria soberbia. Hasta que Andreu no estuvo seguro de que estaban completamente solos no habló, y aún cuando lo hizo, fue en un tono más bajo que el suyo habitual.
-¿Se puede saber qué hacías?-le inquirió-.Debes de tener más cuidado con él. A ver si eres capaz de estar calladita.
-¿No nos esperaba la señora?-dijo Amara de forma cínica-. No me entretengas, Andreu.

Amara se dirigió a las cocinas, seguida por el corpulento hombre, que la miraba con un aire de ligera preocupación, aquella chica se iba a meter en un lío.
Ambos entraron en la sala, donde ya se encontraban Erika, María y la pequeña Ágata, junto con las otras criadas y la señora Mosel. Ésta los miró de forma recriminatoria.
-Disculpe la tardanza, señora Mosel-dijo Adreu con la cabeza agachada-, Amara no está aún muy orientada.
-Que no vuelva a ocurrir.-dijo simplemente la señora Mosel-. Bien, ya podemos empezar. Hoy vendrán a cenar unos amigos de la infancia del señor, por lo que, habrá que dar una buena impresión. Andreu, tu te vas a quedar aquí y terminarás de hacer la comida, que ya le queda poco. Erika, tu irás con María a preparar el salón para dicha comida, y pondréis la vajilla francesa, luego volvéis aquí. Andreu, lleva a Amara y a Ágata a que se den una buena ducha para que estén presentables, ellas serán las que, junto con Martina, nos servirán la cena.
Sin esperar una respuesta por parte de las personas que se encontraban con ella, salió se forma casi apresurada de la cocina.
-Seguidme.-Les dijo Andreu a Amara y a la pequeña Ágata-.

Andreu salió con paso seguro del lugar, seguido por Ágata, que agarraba de forma segura la mano de Amara.
El hombre las guió por diferentes pasillos del ala de los empleados, hasta llegar a una puerta que se encontraba al final de uno de ellos.
-Aquí es donde os lavareis y os aseareis cuando sea necesario, -empezó a decir Andreu de forma pasiva-, entrad. Ahí dentro tendréis todo lo necesario y la ropa que os debéis poner para servir la cena. Yo espero aquí fuera, no tardéis.

Ágata entró inmediatamente en el baño, seguida de cerca por Amara, que nada más entrar, cerró la desgastada puerta.
Era un lugar pequeño, completamente cubierto de azulejos blancos con tonos negros y azules. El techo tenía unas claras y enormes humedades, y el suelo, que parecía haber sido en un pasado de color blanco, era gris.
En una esquina, había un pequeño mueble, en el que justo encima habían un jabón amarillo, una toalla roida y demasiado almidonada y los uniformes que debían ponerse.
Cuando Amara se quiso dar cuenta, la pequeña niña que estaba con ella, ya se había desnudado y metido en la enorme bañera, disfrutando de un merecido baño.
Amara cogió el jabón e imitó a Ágata. No tardaron más de 5 minutos, cuando Andreu pegó a la puerta para saber el tiempo que les quedaba. Amara salió de la bañera, mientras agarraba la toalla y empezaba a vestirse con el horrible uniforme negro y blanco que le habían dejado allí. Una vez vestida, sacó a la niña de la bañera y le tendió la toalla, mientras le daba el uniforme. La pequeña no sabía vestirse correctamente, así que ella le tuvo que ayudar. A los pocos minutos salieron. Andreu se encontraba apoyado de forma desaliñada en la pared. El hombre simplemente las miró y empezó a andar, ambas lo siguieron.
El sonido del reloj les avisó que eran las cuatro de la tarde. Amara se sorprendió lo rápido que había pasado el tiempo.

Andreu las guió por el inmenso atrio, que no estaba tan resbaladizo como antes, lo que le facilitó a Amara seguir los grandes pasos de Andreu. Atravesaron en amplio lugar hasta llegar a una gran puerta que se encontraba al otro lado. Era casi tan grande como la principal, pero gozaba de un mejor cuidado, y parecía haber sido barnizada hace poco, lo que resaltaba aún más su majestuosidad. La puerta tenía grandes detalles grabados por todo su contorno, lo que hacía aún más el efecto de inmensidad. Andreu la abrió, simplemente empujando uno de los dos enormes picaportes dorados que tenía. Las tres personas entraron en un enorme comedor, casi listo para la velada que iba a presenciarse ahí.
-Bien, quedan unas dos horas para que vengan los invitados y unas tres para que se sirva la cena.-empezó a decir Andreu, Ágata casi ni lo escuchaba, estaba absorta mirando al enorme lámpara de araña que iluminaba a la perfección el comedor. Amara por su parte, estaba absorta en sus pensamientos, no paraba de pensar y de idear un plan para salir ilesa de esa casa, de ese país, y si la situación lo requería, también de Europa.-...Y luego, acordaros que no debéis de mirar a la cara a ninguno de los señores, y mucho menos a cualquiera de los invitados. Bien, creo que no me olvido de nada. ¿Alguna duda?
-Si, -dijo Amara volviendo a la realidad-, ¿la pequeña también va a servir la comida?. Lo digo porque no tiene suficiente fuerza para coger las bandejas sin que le tiemble el brazo.
-No, simplemente llevará el carro con la comida y demás, tú serás la que sirva la comida y todo lo que te ordenen.
-¿Ordenen?-preguntó con desdén Amara-.
-Si, ordenen. -le dijo Andreu con tono cansado-. Siento decírtelo, pero ya no eres libre, y debes hacer lo que te ordenan si no quieres pasarlo muy mal. Ahora seguidme, ayudareis en las cocinas.

Andreu salió del salón, seguido de nuevo, por Ágata, que no parecía haberse enterado de la conversación, y Amara, que iba con el ceño fruncido, tragándose ese gran orgullo que tenía. Iba a ser una noche muy larga.

21 mar 2011

Capitulo 3

Amara se sentía confundida por lo que había pasado minutos atrás. No le gustaba la mirada con la que ese general la miraba, la ponía tremendamente nerviosa, aunque jamás lo admitiría. La morena miró a las mujeres que se encontraban con ella en la furgoneta por enésima vez. Todas llevaban consigo miradas tristes y asustadas, ninguna tenía la más mínima idea de lo que les esperaba en aquella casa nazi.
Amara las observó atentamente una por una de nuevo. Frente a ella, estaban sentadas en el suelo 3 mujeres, de diferentes edades. La primera debía de ser un par de años mayor que ella, tenía la piel extremadamente morena, en cambio el pelo lo tenía marrón caoba y los ojos de un verde infinito y puro, como el de los campos y los árboles en pleno auge de la primavera. Pero aún así, todo el atractivo que podría tener se anula por completo debido a sus sobresalidos y prominentes dientes. La mujer que se encontraba junto a la joven, era muy similar a ella, solo que por su pelo ya empezaban a pasar las pruebas de la edad, ocasionando un gran contraste con su oscuro pelo. Sus pequeños ojos oscuros estaban perdidos, desorientados, mirando a ninguna parte, y a la vez, a todo. Abrazaba con fuerza a una pequeña y muy menuda niña de unos 10 años. Que gracias a sus enormes ojos del mismo color, de la que parecía ser su hermana mayor, se le notaba el terror por el que estaba viviendo. Temblaba como si se encontrara en pleno invierno siberiano, mas, hacía un horrible calor dentro de aquel vehículo.

Amara volvió a sus pensamientos. En su interior habría deseado con todas sus fuerzas cambiarse los lugares con su madre. No deseaba por ninguna de las razones que ella pasara una noche en aquel campo de concentración. Porque, ella había oído hablar de esos lugares, y sabía que no eran nada bueno.
De repente, un fuerte golpe las ensordeció de tal forma, que la pequeña se tapaba los oídos mientras su madre luchaba con todas las fuerzas que no le quedaban para que no llorara. La furgoneta paró, y el hombre de color que había acompañado a las dos mujeres pelirrojas se presentó ante ellas.
-Señoritas-les dijo a modo de saludo. Amara pudo notar el prominente acento francés-, si son tan amables de acompañarme dentro de la casa.
Una a una, fueron saliendo. Amara prefirió quedarse la última. Quizás podía salir corriendo. Pero antes de darse cuenta, el corpulento hombre francés la tenía agarrada fuertemente del brazo. Amara lo miró con una fiereza contenida.
-No me mires así-le dijo de forma dulce y tímida-, a mi tampoco me hace gracia estar aquí, pero escapándote solo conseguirás que te maten antes. Por cierto, me llamo Andreu.
La pequeña gitana lo miró con desconfianza, pero la mirada dorada de Andreu le parecía sincera, así que, relajo sus facciones, se soltó del agarre del hombre y siguió a las otras 3 gitanas hacia la puerta trasera de la casa.
-Por cierto, me llamo Amara- y dicho ésto, entró por una puerta de madera algo destrozada por la humedad, con orgullo-.

Andreu se adentró por la puerta trasera de la gran casa de la familia Mosel. En la cocina se encontró con la señora Mosel y Richelle, que lo miraba de forma suave e intensa a la vez. La firme voz de la madre de su obsesión lo trajo de vuelta a la realidad en la que se encontraba. Pobre y triste realidad.
-Bien, quiero dejaros claro que trabajareis bajo mis órdenes, Andreu, al que creo que ya conoceréis, os dará mis instrucciones en caso de que yo no os la pueda proporcionar. Bien, a continuación os asignaré las tareas que desarrollareis en esta casa-tomó aire, y sus ojos turquesas se posaron en cada una de las gitanas, una por una-. Tú, ¿cuál es tu nombre?
-Erika, señora-le contestó con la cabeza agachada y de forma tenue la joven de ojos verdes-.
-Bien, Erika,-dijo pensativa la señora Mosel, mirándola de tal forma, que parecía atravesarla con una simple mirada-, tu te dedicarás a la limpieza y el mantenimiento de la casa, junto con las otras dos criadas que disponemos.-el silencio se apoderó de los presentes. La elegante dama miraba a la tímida gitana de forma intensa, casi acribillándola- ¿Y bien? ¿A qué se supone que esperas?. Vete con las muchachas de la limpieza.
Erika salió de la amplia cocina siguiendo a dos mujeres de unos 30 años, que portaban todo tipo de paños, escobas, fregonas, agua e incluso productos específicos para la limpieza.
-Tú, ¿cómo te llamas?-le preguntó a la corpulenta mujer a la que abrazaba la niña-.
-María, señora-le contesto de forma firme y segura-.
-Y esa niña tan preciosa que te abraza, ¿quién es?-preguntó esta vez adoptando una postura agachada, casi poniéndose a la altura de la niña, y hablándole de forma suave y tranquila-.
-Me llamo Ágata-le respondió con una voz de canario la niña-, y esta es mi mamá.
La señora Mosel sonrió tiernamente a la niña. Amara que presenciaba la escena de forma seria, analizando todo, no le daba buena espina nada de aquello, personas como esa mujer habían destrozado su vida en menos de un día, y la sola idea de que aquella señora podía llegar a ser un ápice diferente a los demás.
-En este caso-empezó a decir la señora Mosel- María, trabajarás en la cocina, tu preciosa hijita Ágata, te ayudará.
-Gracias, señora-le dijo con felicidad casi contenida la mujer mientras se dirigía hacia la nana de Richelle-.
-En cuanto a ti...-dijo la señora Mosel, analizando con la mirada a Amara-. ¿Cuál es tu nombre?
-Me llamo Amara-le respondió con la cabeza alta la morena, mirando a la dama directamente a los ojos, casi la estaba retando a una especie de desafío. La señora Mosel rió-.
-Eres osada, joven Amara-dijo de forma que parecía que medía de forma exacta sus palabras-. Mmmm, a ti no se que tarea asignarte. ¡Oh, ya sé! Serás la ayudante de Andreu, ya que el últimamente tiene mucho trabajo, dado que ahora somos una familia de mucha mas categoría, lo ayudarás en todas sus tareas, y también limpiarás, y coserás la ropa que tenga algún fallo. Si, creo que en eso podrás ser bastante útil. Andreu, te mostrará dónde se encuentra tu habitación. Procura estar aquí a las tres en punto. Podéis retiraros.

Dicho esto, la señora Mosel salió con andares ligeros de la enorme cocina, seguida por Richelle, quien se había dedicado exclusivamente a admirar a Andreu. Antes de salir por la puerta, le dedicó una última mirada al hombre, esta vez sin reparos y sin ningún cuidado. Andreu le dedicó una sincera sonrisa, dejando ver sus perfecto y blancos dientes. A Amara no se le pasó desapercibido ese detalle, ninguno de los anteriores. Una vez que Richelle salió por la puerta, Andreu rompió el tranquilo.
-Sígueme por favor, Amara-dijo con amabilidad. La chica obedeció-.
Andreu la guió por diferentes pasillos, hasta llegar a una parte de la casa bastante apartada del resto. Amara supuso que ahí se encontraban las habitaciones de los trabajadores. Andreu se detuvo frente a una puerta al final del pasillo.
-Ésta será tu habitación-le dijo a modo de bienvenida, abriendo la puerta, y dejándola pasar a ella de forma caballerosa-. Espero que estés cómoda.
La habitación era pequeña. Pintada enteramente de blanco, pero tenía infinidad de manchas negras e incluso con tonos verdes, debido a la humedad. Sólo había una cama que se encontraba bajo una pequeña ventana llena de rejas. A la izquierda, se encontraba un pequeño armario de madera marrón.
-La señora Mosel -empezó a decir Andreu entrando en la habitación-se encargará de buscarte algo de ropa usada.
-Que gran honor, entonces-dijo Amara levantando una de sus finas cejas. Se volvió hacia Andreu, y lo examinó un poco con la mirada, hasta que decidió volver ha hablar-. He tenido el placer de observar la...conexión que tienes con la hija de la señora Mosel, Andreu.
-No sabes nada, Amara-dijo Andreu cambiando radicalmente la expresión de su cara. El tono de su voz estaba en plena tensión-. No te atrevas a juzgarnos.
-¿Crees qué estoy en disposición de juzgar a alguien, Andreu?-preguntó de forma tranquila y pausada-. Simplemente, me gustaría saber como...pasó. Resulta difícil de digerir.
-Es complicado.-dijo más relajado el corpulento hombre-. No es el mejor momento para contártelo Amara, debo ir a seguir haciendo mis tareas. Nos vemos a las tres. Sé puntual.-dijo Andreu con una sonrisa antes de salir por la puerta, cerrándola tras su paso.-

Amara volvió a observar su nueva habitación, volvió a mirar al principio de su nueva vida. Se sentó en la cama, y miró al techo. Ella no estaba preparada para todo esto que le estaba pasando, y ni mucho menos, para todo lo que se imaginaba que iba a pasar. Estaba asustada, no podía negar. Pero no por ella, si no por su madre, por sus hermanas, por su abuela, por todas las mujeres de su aldea. No quería que nada malo les pasase. La simple idea de aquello le causaba una horrible migraña. Decidió no pensar más en ello. Bajó la vista hacia el frente, y observó otra puerta. Andreu no le había mencionado nada de ella. Aún así, se levantó y se dirigió a ella,y a continuación la abrió. Nada. Sólo un simple muro de ladrillos rojizos. Suspiró con resignación y volvió a la cama, donde esta vez, se tumbó y dejó que las horas pasaran. Que pasaran rápido, y que ella no se enterara, y que cuando se levantara de aquella dura y fina cama, pueda salir de aquella enorme y fría casa y volver con la poca familia que le quedaba. Pero en el fondo, ella sabía que aquello era imposible.




Inma N. V. © 2011