16 mar 2011

Capitulo 2

  Fue horrible, todo había pasado tan rápido, que incluso le parecía que fue un sueño, un horroroso sueño. Pero estaba segura de que no lo era, aquella imagen que tenía frente a sus enormes ojos oscuros le parecía mas una pesadilla que algo real, es mas, deseaba con todas sus fuerzas que todo fuera un sueño, que nada fuera real. Quería despertarse y encontrarse en su tienda, salir de ella y poder observar a los niños correr y jugar, sin ninguna preocupación en la cabeza mas que la de no dejar de reír. Quería despertarse y ver a su madre leyéndole el futuro a alguna mujer con problemas que buscaba una solución. Quería ver a su padre dirigiendo y contando historias imposibles a los más jóvenes. Quería cerrar los ojos, volverlos abrir, y sentir que todo lo vivido las últimas 24 horas habían sido solo un sueño. Pero no era así.

  El camión en el que los llevaban estaba hasta los topes. Las personas que se encontraban en el la pisaban y empujaban, sin intención, pero su menudo cuerpo se resentía del cansancio y el dolor. No solo llevaba consigo el dolor físico, si no, el dolor emocional. Los soldados nazis entraron en su campamento de una forma tan violenta como si un huracán hubiera pasado por aquel lugar. Aquellos seres habían destrozado sus tiendas, sus ropas, sus vidas. A los hombres que intentaban luchar los mataban salvajemente, mientras que algunos otros, violaban y maltrataban a las mujeres. Ella no conocía el infierno, pero estaba segura que aquello se le parecía demasiado. Cuando los apresaron a todos, a su madre, a sus hermanas y a ella las separaron de sus hermanos pequeños y de sus abuelos, su padre y sus hermanos mayores, murieron a manos de los soldados alemanes cuando intentaron resistirse a ellos.

  Y allí se encontraba, luchando con mantenerse despierta, luchando por no llorar, y deseando que todo acabara de una forma de otra. De repente, un fuerte frenazo del furgón en el que iba, hizo que todos los ocupantes se movieran bruscamente para luego volver a su posición inicial. Hubo un silencia sepulcral dentro del furgón, y a los segundos se abrió con fuerza, dejando entrar la fuerte y cegadora luz del tardío amanecer. Un soldado alemán, alto y robusto, les habló casi rugiendo:
  -¡¡Vamos asquerosas gitanas!!-les dijo gritando y agarrando a una joven de unos 15 años-. ¡¡Moveos zorras!!
  Todas, una a una fueron saliendo, mientras que poco a poco, diferentes hombres las empujaban a diferentes grupos. La pesadilla, había comenzado de verdad.

  Los luminosos y fuertes rayos de sol entraron sutilmente por su ventana, alumbrando su cara y despertandola suavemente. Richelle se revolvió perezosamente en su cama, se frotó los ojos y se estiró como si de una contorsionista de tratarse. Segundos mas tarde, se incorporó y se sentó en su mullida cama. Richelle se puso sus zapatos de andar por casa, mientras se dirigía al perchero que tenía en una esquina de su habitación y cojía su fina bata de un delicado raso rosa pastel. Cuando se disponía a salir, alguien llamó a su puerta.
  -Adelante -dijo soñolienta-.
  -Señorita Richelle -dijo entrando el ama de llaves-. Su madre me manda decirle que se de prisa, que dentro de 30 minutos debe de estar lista, ya que irán al nuevo campo de concentración.
-  Ah, si, lo recuerdo, -dijo Richelle distraída mirando su armario buscando algo de ropa- gracias ama, puedes irte.¡Ah! Dile a mi madre que bajaré en seguida.
  La ama se retiró educadamente, mientras Richelle seguía sumida en sus pensamientos. Buscaba dentro de su armario algo indicado, ya que no quería ir demasiado arreglada, no le agradaba parecer una cría como muchas otras. Así que optó por coger un sencillo vestido azul, que le resaltaban sus preciosos ojos y que hacía un bonito contraste con su pelo rojo. Se vistió y se acercó al espejo que tenía en su cuarto, y con ayuda de un par de ganchillos, se hizo un sencillo medio recojido y salió de su cuarto hacia la planta baja de la casa, donde al final de las escaleras se encontraba su madre, elegantemente esperándola en el recibidor, Andreu se encontraba junto a ella. Richelle no pudo evitar posar sus ojos en el hombre. Jamás, en toda su vida, se habría imaginado enamorada de alguien extranjero, y encima de color, es más, cualquiera que se lo hubiera dicho, habría acabado mal.
  -Buenos días, madre -dijo con una amplia sonrisa mirando a la que parecía su doble con unos pocos años más. Inmediatamente dirigió su mirada al corpulento hombre que se encontraba junto a ella. Andreu.
  -Buenos días, señorita -le contestó suavemente-.
  -Bueno cariño, luego tomamos el desayuno, no tenemos tiempo que perder -le dijo su madre, casi interrumpiendo la atmósfera que se estaba empezando a crear- las mejores se acaban pronto. Vamos, vamos.
  Y diciendo esto, salió de su casa, seguida por Richelle y por Andreu, quienes, se rozaban las manos de forma sutil y tímida.
  Andreu subió al coche por el asiento del conductor, mientras que ambas mujeres iban en el asiento trasero. La señora Mosel no paró de hablar durante todo el trayecto. En su mayoría se dirigía a su hija Richelle, pero en ocasiones, también le hablaba a Andreu, ya que según ella “siempre es bueno conocer la opinión masculina”.

  Fue un viaje relativamente largo, duró una hora, puede que más, Richelle no estaba segura, pero cuando llegaron a su destino, no le gustó nada la imagen que se encontró.
Un grandísimo número de mujeres, de todas las edades, estaturas y complexiones, se encontraban alineadas, una al lado de otra, otras detrás, de forma similar a la de un escuadrón del ejército. Todas llevaban consigo miradas tristes, asustadas y nerviosas. De repente, la puerta se le abrió en las narices, Andreu se encontraba tendiéndole la mano, invitándola a salir del auto. Richelle, aún algo desconcertada por la imagen que presenciaba, la aceptó distraída.
  -Andreu... -le llamó volviendo en sí, casi en susurro- esto es...
  -¿Horrible? -la cortó de forma dura, casi despechada- Felicita a tu querido padre y a tu hermano.
Richelle lo miró de forma recriminatoria, estaba punto de contestarle, pero su padre la llamó desde una especie de oficina, y de repente sintió como el fuerte agarre de Andreu se esfumaba, mas, no lo miró, siguió recto hacia su padre, que la recogió con los brazos abiertos, dándole un tierno beso en la frente.
  -Estas preciosa, hija -la alagó su padre, casi como de costumbre- vamos, entra.
Richelle lo siguió hacia en interior del lugar, sin apartar su azul mirada de aquellas pobres mujeres. El interior del lugar era amplio, pero el excesivo uso del inmobiliario y el desorden lo hacían ver pequeño, y la gama de color amarillo pastel y beige, hacían que te agobiaras y te entrara claustrofobia por el simple hecho de mirar el lugar. Su padre, la guió hasta una habitación dentro de la que se encontraban, le abrió la puerta, y la dejó entrar primero. Esta nueva habitación no se diferenciaba demasiado de la anterior, quizás, esta estaba mas ordenada, aunque no en exceso. En su interior se encontraban su hermano, tan esbelto y atractivo como siempre, con ese porte felino y elegante que lo caracterizaba, estaba guapísimo con su nuevo uniforme. Junto a él, se encontraba Eduardo De Martino, el joven que estuvo la pasada noche en la cena que dieron sus padres en su casa. El chico, la miraba como si se tratara de una aparición, sus pobladas y oscuras cejas se encontraban alzadas, y su boca semiabierta, resultaba en parte cómico, y Egon se dio cuenta de ello, por lo que le dedicó una sonrisa burlona a su hermana mayor.
  -Richelle, -la llamó su hermano- ¿recuerdas a Eduardo De Martino?
  -Claro -dijo fingiendo una sutil sonrisa la pelirroja- ¿Qué tal está, Eduardo?
  -Mu-muy bi-bi-bi-bien, señorita Mosel.-le contestó con la tez rojiza el muchacho italiano-Mi familia y yo hemos venido a por unas cu-cuantas criadas nuevas, las que te-tenemos están algo vi-viejas.
  -Que bien...
  -Bueno Richelle, -le dijo Egon- ya que eras tu la interesada en nueva servidumbre, aquí tienes donde elegir. Acompañame fuera, voy a mostrártelas personalmente. Ven con nosotros, Eduardo.

  El joven De Martino, acató sin dudar la petición, teñida de órden de Egon. Los tres salieron de la pequeña oficina, y se toparon con un fuerte y caluroso sol. Richelle se tapó los ojos con una mano, mientras que con la otra, agarraba a su hermano. Eduardo les seguía de cerca. Pronto, llegaron hasta el grupo de mujeres, ninguna los miraba a la cara, simplemente miraban hacia el suelo, como si fuera lo más interesante y puede que hermoso que hubieran visto jamás, lo miraban, como si aquel montón de tierra marrón las fuera a sacar de dónde se encontraban, y las evadiera del futuro que les esperaba.
  Un fuerte grito les hizo levantar la cabeza, y les hizo girarla a los tres limpios jóvenes. Se trataba de una muchacha, de unos 23 años, puede que más. Forcejeaba contra un corpulento y furioso guardia del campo de concentración. Un par de guardias, más menudos, pero casi igual de fuertes que el anterior fueron a socorrerlo. Mientras, la gitana, gritaba, pataleaba y maldecía a aquellos guardias, a los nazis y a la política.
  Egon no pudo evitar dejar escapar una sonrisa divertida. Le parecía interesante que alguien tan menudo y pequeño como aquella asquerosa gitana pudiera con la fuerza y la paciencia de tres guardias. Se fue acercando poco a poco, hasta que lograron inmovilizarla del todo. Y se detuvo a observarla. Le daba asco. Con ese pelo tan largo, negro y rizado. Su piel era morena, pero no tanto como las de otras mujeres gitanas que se encontraban allí. Se acercó más, sin dejar de mirarla, hasta que el guardia corpulento le habló.
  -Mi general -le dijo, mostrando su ruda y grave voz- no es recomendable que se acerque, esta zorra es una salvaje.
  -No se preocupe, soldado -le contestó con arrogancia y altanería- me he enfrentado a cosas peores.
  -Tss... menudo ególatra. -dijo en un susurro la gitana, pero Ego lo escuchó. Su expresión soberbia cambió automáticamente a una de pura rabia y asco.-
  -¿Cómo se supone que me has llamado asquerosa gitana?- le preguntó cogiéndola fuertemente del cuello, levantándola del suelo sutilmente, incluso se sorprendió de lo ligera que era. -¿eh? ¿No me contestas?
  -Que te escuche es una cosa, que te conteste es otra, -le dijo mirándolo a los imponentes ojos grises de Egon con sus enormes ojos caramelo- dudo que tu capacidad lo entienda, rubio.
Egon no se creía lo que le estaba diciendo esa escoria. Le apretó más su terso cuello, haciendo que soltara un leve quejido. Era orgullosa aquella asquerosa, pero lo sería por poco tiempo.
  -¡Egon!-le gritaron. Era su hermana Richelle, que lo miraba aterrada-. Suéltala, la quiero para la casa. ¿¡Es que no me has oído!?
El rubio la miró por última vez a los ojos, sonriendole burlonamente. La soltó de forma brusca, esperando que cayera de bruces contra el suelo, pero le sorprendió ver que calló de forma grácil y suave, como una bailarina después de una pirueta. Se agachó hasta su oído, ya que le sacaba por lo menos una cabeza, y le susurró:
  -Nos veremos en casa, sierva.
Y dicho esto, dio una señal a los guardias, que la volvieron a apresar, y la metieron en una furgoneta similar a la que había venido. Mientras, Egon se iba a a la oficina, sin despedirse de su madre o de su hermana, con una leve sonrisa entre las marcadas facciones de su cara. Iba a ser divertido.



Inma N. V. © 2011

No hay comentarios: