16 may 2011

Capítulo 5.

Elizabeth Mosel había pasado una de las peores noches de su matrimonio. No recordaba la última vez que había discutido tanto con su marido. Y todo por escoger a cuatro gitanas como las nuevas criadas. Ella entendía la ideología de su esposo, incluso ella la compartía en casi toda su totalidad, pero el hecho de que él deseara la muerte de tantas personas inocentes la entristecía y, aunque nunca lo demostraría, decepcionado. Pero ella sabía que su marido tenía debilidad por ella, y eso lo aprovechaba. Pero la noche pasada, no salió como ella quería.
-Liz, por última vez-le dijo el atractivo hombre vestido de uniforme que se encontraba frente a ella-. Nos vamos a librar de dos de las gitanas que has traído, no necesitamos criados, y mucho menos siendo esa basura que has escogido. Es mi última palabra.
-Kellen, por favor.-suplicaba mirándolo a sus ojos azules-.
-No, Liz, coge a dos.
-Pero cariño, yo...
¿Es que no me has escuchado?-dijo el señor Mosel alzando notoriamente su voz-. Coge a dos, únicamente, o a ninguna. Demasiado te dejé pasar cuando te quisiste quedar con ese negro. Vamos a dormir.
El matrimonio se metió en la enorme cama que se encontraba frente a ellos. Ambos se metieron en ella por cada lado diferente, cansados por la discusión y agotados por la monotonía por la que últimamente se guiaba su matrimonio.
-Cuando llegue de trabajar-empezó a decir el señor Mosel, mientras apagaba la luz de la cómoda-, quiero a dos de las 4 gitanas fuera de mi casa. Buenas noches.
La señora Mosel no le contestó, simplemente se terminó de tumbar, y pronto Morfeo la cautivó con su pacífica compañía.

El fuerte ruido de lo que parecía ser una cacerola cayéndose la volvió a la realidad. Miró a las cuatro mujeres que se encontraban frente a ella, el tiempo apremiaba, su marido ya mismo estaría ahí, y ella aún no había elegido a quién iba a mandar de nuevo al campo de concentración. Las gitanas la miraban expectantes, un sutil brillo en sus ojos delataba el miedo ante lo que la señora Mosel tenía que decirles. Ágata parecía ser la más serena, aunque podría ser porque aún no era del todo consciente de la gran tensión y nerviosismo que reinaba en el ambiente. La señora Mosel dio un fuerte y profundo suspiro, ya había decidido.
-¡Salid todos de la cocina!-dijo en un tono algo más fuerte y brusco que el que tenía planeado utilizar. ¿Qué le pasaba?. ¿Por qué le estaba costando tanto esta situación?. De una forma o de otra, no tenía otra opción, Kellen se lo había, prácticamente, ordenado. En pocas ocasiones había visto a su marido de semejante humor, y sabía que no podía tentar mucho a su suerte. La decisión ya estaba tomada. Elisabeth Mosel esperó a que todos los criados salieran ordenadamente de la cocina hasta llegar al patio trasero, hasta que la ultima cocinera no cerró las puerta tras de sí, no habló.- Bien, debo informaros que vuestra presencia en esta casa no ha sido muy bien recibida.- La pelirroja mujer examinó las caras de las mujeres antes de continuar-. Por lo tanto, dos de vosotras volvéis al campo de concentración.
La gitana más mayor empezó a llorar casi de forma descontrolada, la señora Mosel no recordaba como se llamaba, aunque, ¿qué le importaba?. La que parecía ser su hija mayor la abrazó y la volvió a poner erguida, mirando a la imponente y elegante mujer que se encontraba frente a ellas.
Elisabeth se sorprendió de la sangre fría que mostró una de las gitanas, Amara creía que se llamaba, si, así se llamaba. La miró lentamente, analizando su rostro. Impasible. Le recordó levemente a su hijo Egon, sólo levemente. Bajó un poco la mirada, y vio a Amara sujetando con fuerza la pequeña mano de la niña gitana, la cual lloraba tímidamente, agachando la cabeza.
-La decisión ha sido meditada, y está decidida-dijo con parsimonia la señora Mosel, mirándolas a los ojos. Lo soltaría rápido, no merecía la pena andarse con rodeos-, tú, y tu hija mayor volveréis al campo de concentración.-dijo en tono firme, señalando con la mirada a Erika y María. Ambas empezaron a llorar, abrazadas.- Tú, niña, diles a los demás que entren, deben terminar la cena.-La pequeña la miró con lágrimas en los ojos, Amara la empujó sutilmente, cortando su atención. Ágata entendió y se dirigió aún con los ojos llorosos a abrir la puerta que daba al patio trasero. Los empleados uno por uno, fueron entrando, y sin prestar casi atención a las dos mujeres llorando, continuaron inmediatamente con sus tareas.
-Vosotras, venid conmigo. No hay tiempo que perder-dijo tajante Elisabeth-. Andreu, vamos, tienes que llevarnos a un sitio.
Andreu sabía que sitio era, pero no hizo ningún comentario, simplemente siguió de cerca a la señora Mosel, echándole una última mirada a la pequeña Ágata, que lloraba abrazada a la pequeña cintura de Amara.

Andreu condujo más lento de lo habitual aquella tarde. No pensaba en nada en concreto, simplemente se dedicaba a mirar al frente, a la carretera, al paisaje campestre que se mostraba sutilmente hermoso ante él. La luz del atardecer lo molestaba en algunos tramos, pero no le impedía conducir, es más, le gustaba la sensación. Pronto llegaron al campo de concentración, los llantos de las mujeres lo ensordecían, aunque juraría que eran más flojos y sutiles de los que el los percibía. Aparcó justo en frente de la oficina del señor Mosel. La señora Mosel, salió automáticamente del vehículo. Andreu permaneció dentro, mirando a ninguna parte. Esperando salir de ese lugar.

Elisabeth Mosel salió con rabia del coche. El viaje había sido horrible. Tan largo y tan agotador. Miró a su marido, que la esperaba con las manos en los bolsillos justo en la puerta de su despacho en el campo de concentración. Ni si quiera subió. Se quedó abajo, mirándolo.
-Aquí tienes a tus dos gitanas, Kellen.-Dijo simplemente la delgada mujer, quien esperaba un respuesta de su marido. Éste, sólo la miró, y asintió. Posteriormente, miró dentro del coche, hizo un sutil movimiento de cabeza a uno de los soldados que se encontraban en una esquina del lugar y volvió a mirar a la mujer que se encontraba frente a él.-
-Estaré pronto en casa.-dijo de forma seca, arrastrando las palabras, y se adentró de nuevo a la oficina.-
La mujer, siguió mirando la puerta unos minutos después de que su marido hubiera desaparecido por ella. Tenía ganas de llorar, pero no se iba a permitir semejante lujo, y menos en ese lugar. Se dio la vuelta, y vio a Andreu fuera del auto, la miraba con cierta comprensión, casi con ternura, casi con cariño. Elisabeth ignoró de forma aparente esa mirada, y se metió en la parte trasera del auto. Andreu no esperó indicación. Era hora de volver a casa.

Faltaba una hora para que los invitados llegaran. A duras penas, Richelle salió del agua, ya templada, de la enorme bañera de su baño. Se cubrió con una suave toalla rosa, mientras que se recogía su larguísimo pelo hábilmente. Salió del baño, con cuidado de no resbalarse con todo el agua que había esparcida por el suelo de mármol. Un frío viento le recorrió su cuerpo, rápida y veloz cerró la ventana de su habitación. Se puso su blanca y pulcra ropa interior, para después dirigirse a su imponente armario de madera clara. Su madre le había comprado un vestido precioso, para esa noche, expresamente para esa noche. Lo sacó de su armario y lo admiró. Definitivamente era muy bonito. Era blanco, con sutiles bordados y decorados en amarillo pastel, era largo, y completamente recto, sin ninguna forma, y de cuello de barco, lo que hacía que sus dos hombros estuvieran al descubierto. Richelle puso con cuidado el vestido encima de la silla de su tocador, y se empezó a secar el pelo con la toalla, con cierta pereza. Mientras lo hacía, no paraba de pensar en el cierto misterio que rodeaba a la cena de esta noche, y sobre todo, a las personas que asistirían a ella. Le resultaba confuso que su madre no le haya dicho nada de aquellas personas, y que no hubieran asistido a la cena del otro día, como hicieron todas las personas mas cercanas a sus padres. Una vez secado su pelo, se sentó frente a su tocador, para empezar a peinarse. Se iba a hacer un recogido alto, eso siempre quedaba bien, y pegaba más con su vestido.

Egon salió de su baño mientras se secaba con una toalla pequeña su pelo rubio. En su cama, se encontraba un traje de general perfectamente planchado y almidonado, casi parecía nuevo, y quizás lo era, no sabía con exactitud cuantos trajes tenía. Egon se empezó a vestir rápido, como siempre. Después se miró al enorme espejo que tenía en su habitación, mientras se peinaba el pelo hacia atrás y se colgaba las medallas y condecoraciones que poseía con altanería. Se echó un poco de su colonia favorita y luego salió de su habitación.

Unos sutiles golpes en la puerta de su habitación hicieron que Richelle volviera al mundo real.
-Adelante.-dijo sutilmente, mientras con otro ganchillo se sujetaba otro rizo rebelde. Una de las nuevas gitanas que servían ahora en el servicio entró asomando su cabeza llena de rizos negros.-
-Me manda su madre, -empezó a decir con una voz de duendecilla, aunque parecía que se esforzaba para que no sonara como tal- para recordarle que faltan quince minutos para que vengan los invitados, dice que se de prisa.
-Oh, Dios...-dijo Richelle, viendo que el tiempo se le echaba encima, como siempre. Miró a la chica que se encontraba aún en la puerta de su habitación.- Cierra la puerta, por favor, no queremos que ahora toda la casa me vea semidesnuda, ¿verdad que no?-dijo la pelirroja mientras reía divertida. Esperó a que la gitana cerrara la puerta para volver a hablar.- ¿Cómo te llamas?
-Amara.-dijo la chica con algo de desconfianza, como un gato al que lo apuntan con un palo-.
-¿Sabes hacer recogidos, Amara?-le pregunto una sonriente y dulce Richelle, que la miraba esperando con urgencia una respuesta negativa-.
-Si, algo sé hacer.-dijo Amara, más confiada, acercándose hasta donde estaba su nueva ama pelirroja-. ¿Qué tipo de recogido quiere?.
-Por favor, tuteame-dijo Richelle sonriéndole, mirándola por el espejo que tenían ambas chicas en frente-, y llámame Richelle, pero solo mientras estemos en la intimidad, mis padres y mi hermano me matarían.-Amara rió sutilmente, sin mostrar los dientes. Richelle, no paraba de hablar, le causaba cierta gracia-. ¿Qué recogidos sabes hacer?. Sorpréndeme.
Amara rió, y a continuación empezó a soltar los rizos anteriormente cogidos por Richelle, dejando su pelo completamente suelto, para luego, volver a ir cogiéndole rizo por rizo, mechón por mechón, para hacerle un nuevo recogido.
Richelle la miraba curiosa. Le sorprendía la facilidad y la rapidez con la que la joven gitana manejaba su pelo. Le caía bien, y parecía ser de su edad. Aunque quizás era de la edad de su hermano Egon, o más joven, aunque no demasiado. Se dedicó a observarla, casi hipnotizada por la peculiar belleza de la chica. Amara era pequeña, mucho, en comparación con ella, y delgada, aunque no hasta el extremo. Su pelo, negro, rizado y voluptuoso le hacía la cabeza enorme en proporción a todo su cuerpo. Su cejo estaba fruncido, y sus finas cejas casi se tocaban. Sus ojos, eran enormes, y de un precioso color chocolate negro. Se mordía casi de forma imperceptible el labio inferior, dándole un aspecto adorable.
-Bien, ya está-dijo Amara, con una sonrisa, mirando a Richelle esperando una reacción-. ¿Qué te parece?
Richelle salió de sus pensamientos por un momento y se dedicó a analizarse. Amara había echo un fantástico y maravilloso trabajo con su pelo. Le encantaba. Sonrió de oreja a oreja, y se dio la vuelta hacia la chica.
-Dios Amara, me encanta, de verdad. Tienes un don.-dijo de forma exagerada, levantándose y poniéndose el vestido que se encontraba encima de la silla.- ¿Me ayudas con la cremallera?
-Claro.-dijo Amara, impresionada por aquel vestido. Era hermoso.-Es precioso.
-¿Te gusta?-dijo Richelle dándose la vuelta para mirarla-. Cuando termine todo esto te lo regalaré.
-No creo que salga viva de todo esto.-dijo seria Amara. La expresión de su rostro cambió radicalmente, y Richele no pudo más que sentir lástima por ella.- Bueno, no tarde mucho en bajar, los invitados llegarán en breve.
Amara salió veloz de la habitación, dejando a una Richelle, parada, en medio de todo aquel caos.

Cuando Richelle bajó hasta el hall de su casa, sus padres y su hermano Egon ya se encontraban hablando con otras tres personas, desconocidas para ella. Eran dos hombres y una mujer. Ambos hombres llevaban uniformes de la SS, y eran de altos mandos, como pudo adivinar la chica después de ver sus insignias, aunque no sabía con precisión a que cargo pertenecían. La mujer, era de estatura media, y algo rechoncha. Llevaba un traje de falda y chaqueta de color crema, parecía caro, pero carecía de elegancia. Las seis personas giraron sus cabezas para terminar de verla bajar. Era obvio que la esperaban a ella, pero eso no la avergonzaba. Su padre fue el primero en hablar.
-Bien, ya que estamos todos, ¿por qué no vamos a la biblioteca?. Allí podremos hablar más tranquilos hasta que la cena esté completamente preparada.
La familia Mosel, seguida por las tres invitados. Sus padres hablaban con, el que parecía ser el matrimonio, mientras su hermano Egon hablaba animadamente con el otro hombre, quien parecía ser algo mayor que ella. Un presentimiento le dijo que no le iba a gustar esa noche.

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